LA PAZ
El nido de los halcones comenzó a inquietarse y el temor cundió en el mundo.
De pronto se produjo el alboroto. Los grávidos rapaces decidieron salir de caza, atemporal e irasciblemente.
Con su plumaje gris amarillento inundaron el cielo de muerte.
Y el cielo se quedó sin pájaros.
Al mundo se le erizó la piel.
Los halcones cruzaron el mar en busca de presas tiernas. De sus cortos y tenaces picos pendía la hiel de la codicia.
El mundo estaba absorto.
Bulliciosamente llegaron a la tierra de los antiguos asirios, donde los jardines de Babilonia deslumbraran a la humanidad y la Torre de Babel se irguiera provocando la ira de Dios. Allí, donde el hombre por primera vez garabateara un símbolo grafológico, los halcones se lanzaron dispuestos a desgarrar el vientre de la tierra y a darse un festín de sangre y viscoso petróleo.
El mundo miraba perplejo.
Los falcónidos emergían de 1os despojos humeantes con sus plumas cubiertas de ancestrales viseras y jirones de piel cetrina, oliendo a la descomposición del tiempo. Entonces proferían estridentes y amenazantes gritos.
Luego, con sus inmensos y gélidos ojos auscultaban el mundo.
Y el mundo, que ya no era el mismo, los miró a los ojos y descubrió que esos ojos estaban muertos desde hacía tiempo.
Y el mundo rompió el silencio.
Y la voz del mundo perforó los tímpanos, soberbios e insensibles, de los sórdidos rapaces.
Los halcones, aturdidos, se hundieron en la viscosidad de la sangre de sus propias víctimas y abotagados de petróleo ya no pudieron emitir gritos ni emprender otro vuelo.
Entonces, el mundo fue distinto y los pájaros pudieron, libremente, compartir el cielo.
viernes, 26 de diciembre de 2008
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